Hay que ser sinceros, los sonidos de las alarmas no siempre son gratos. Interrumpen momentos de descanso que deseáramos fueran prolongados o nos alertan de que nuestras casas o carros pudieran estar siendo vulnerados. Pero también pueden despertarnos, ayudarnos a cumplir deberes y hasta salvar vidas. Y es acá donde me quiero detener.
Nuestro cuerpo y mente, gracias a un diseño perfecto y divino, tiene alarmas incorporadas. Están diseñadas con el propósito de avisarnos que hay algo que necesita ser atendido. También hay alarmas externas que desde la construcción social han sido incorporadas (o deberían serlo) para detectar las situaciones en las que podemos ser vulnerables al peligro.
Hay alarmas en lo físico como el insomnio, un dolor prolongado, pérdida de apetito, constantes accidentes, vista borrosa; también hay alarmas a nivel emocional como llanto sin razones, opresión en el pecho, agitación, pensamientos irracionales, desánimo, aislamiento social, fuertes cambios de humor. Hay alarmas en las relaciones como maltrato, humillación, violencia, burlas, etc. Todas estas son alarmas pueden avisarnos que necesitamos detenernos y prestar atención y buscar solucionar.
Lastimosamente a pesar de haber sido diseñados con toda clase de alarmas o tener alarmas externas para buscar ayuda, no siempre es nuestra primera opción atenderlas, sino más bien posponemos. Así como posponemos la alarma del despertador para saborear “5 minutos más” de sueño. Posponemos mucho más de lo que deberíamos las cosas.
Podemos “posponer” pensando que talvez sea algo temporal, y si bien es cierto que en algunas ocasiones podría estar relacionado con épocas específicas de estrés o dificultades, es una realidad que están y deben ser atendidas, ya sea con un remedio casero, unas pequeñas vacaciones, hasta denuncias, atención psicológica, consejería espiritual o terapia.
En todas las áreas de nuestra vida, conforme vamos madurando, es importante ir conociéndonos, ya que será fundamental para detectar cambios y ser conscientes de ellos. Y esto no solo es un llamado a conocernos a nosotros mismos, sino también a conocer a quienes nos rodean: familia, amigos, compañeros, vecinos, etc. Podemos ser la alarma de alguien que no está apercibido que corre un riesgo.
¿Qué pasa cuando ignoramos las alarmas? Corremos peligro. Así de sencillo. Corre peligro nuestra salud física, mental y emocional. Cuando pospongo la ayuda por orgullo o por ignorancia, nuestra vida corre riesgos que pueden llegar a ser irreversibles. Nuestros seres amados y conocidos también. Los índices de trastornos mentales como depresión y ansiedad son incontenibles. Las cifras de suicidios son impresionantemente altas. Silenciar la alarma puede sencillamente matarnos.

Como sociedad en general hemos postergado ayuda, no hemos alertado lo suficiente, sobre todo a los niños y jóvenes, para saber cuándo están vulnerables. Esta generación ha definido lo peligroso o toxico con el término “red flags” pero siguen siendo víctimas de ellas deliberadamente.
Por esto me gustaría compartir contigo algunas recomendaciones sobre este tema:
- No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. Es una frase muy popular pero no por eso es algo que tengamos incorporado. Recuerda: Tenemos este día y lo que se puede hacer en él debe de hacerse. El terreno de mañana aún no se nos ha dado.
- No pospongas tu salud física. Detente y lee tu cuerpo. No desoigas cuando te pide descanso ni cuando necesita movimiento. Disfruta tu salud e invierte en ella. Todo lo invertido (y lo no invertido) dará su resultado.
- La salud mental es igual de importante que la física. Si hay alarmas en tus pensamientos, tus relaciones o tu entorno, pide sabiduría y consejo para poner límites, tomar decisiones y no dejarte o dejar a alguien llegar a un punto de no retorno.
¿Hay alarmas sonando en este momento en alguna área de tu vida? ¿hay alarmas en tus seres más cercanos? No las pospongas. Hoy está sonando la alarma de vivir. Mañana no sabemos si sonará. Despierta y vive.
