El final del año 2021 nos trajo la nueva propuesta de Disney, con un acercamiento a la cultura colombiana en una producción musical con música muy bien lograda (composiciones del neoyorkino Lin-Manuel Miranda de origen puertorriqueño), personajes muy bien logrados y entrañables, y como línea de acción una historia que combina todo el realismo mágico pero basado en situaciones que muchos pueblos latinoamericanos pueden sentirse identificados.
Seguramente muchos ya hemos visto la película, o al menos nos hemos encontrado en redes sociales fragmentos, otros estamos con las canciones de la películasen nuestra cabeza de manera constante (“No se habla de Bruno” es una canción que bien merecería un análisis completo)
Pero al volver a ver la película y analizar elementos que tal vez a primera vista no surgieron, podemos descubrir que Encanto como producto cinematográfico encierra ideas maravillosas sobre el ser humano y sus relaciones más cercanas.
A partir de ahora es posible que aparezcan algunas referencias directas a la película, así que si no la has visto quedas advertido.
La película se centra en Mirabel, una adolescente colombiana que vive con toda su familia, los Madrigal, en un hermoso lugar, su Casita. La familia tiene la particularidad maravillosa de que cada miembro recibe a corta edad un “don”, una habilidad mágica que luego lo ponen al servicio de los Madrigal y de todo el pueblo de Encanto. Así es como Luisa tiene super fuerza, Isabella hace surgir flores hermosas y Antonio (el más pequeño de la familia) tiene la habilidad de comunicarse con los animales.
El tema de la película es que Mirabel nunca recibió un “don mágico”, es una adolescente como las demás, pero tal situación la diferencia de su familia tan llena de dones mágicos. Y esto hace que ella sienta como que no encaja.
La imagen de las puertas mágicas, que surgen en la Casita cuando cada niño o niña recibe su don, podría recordarnos a esos momentos en que cada persona va descubriendo sus propias habilidades, aquello que les diferencia de otras personas y que les hace ser auténticos y distintos.
¿Cuántas veces nos hemos llegado a sentir, así como Mirabel? Sin algo que nos diferencie frente a los demás… sin reconocer en nosotros aquello que nos hace únicos e irrepetibles.
En ese proceso de autodescubrimiento, va también de la mano la autoaceptación. Esa que Mirabel alcanza cuando se enfrenta a las exigencias que algunos miembros de su familia imponían, y que incluso afectaban la gran mayoría de miembros de la familia.
Al enfrentar esas imposiciones familiares, esas ideas que en especial su abuela Alma le imponían, Mirabel logra encontrar que ese “don no recibido” era precisamente lo que la hacía única e irrepetible. Y de paso al hacer ese quiebre de su Casita, Mirabel impulsa al resto de su familia a hacer cambios en sus relaciones, a mirarse de manera más amable unos a otros, y a aceptar que estaba bien no tener algún don mágico… porque al final esa magia nace de sus propias singularidades, de su forma maravillosa de ser cada uno. Que Julieta igual podía curar con su comida, que Camilo puede hacer reír por igual sin cambiar de forma, que Luisa es fuerte cuando se permite ser débil… y que Mirabel tiene ese don maravilloso de enseñar a toda su familia que es hermoso aceptarnos tal como somos.
